8:45 de la mañana y un click del despertador anuncia el estruendo. Con una certera patada lo apago. Apoyo primero la mano derecha, luego la izquierda. El suelo está helado, así que me dirijo rápidamente al baño y trato de mirarme en el espejo mientras dejo correr el agua para que salga bien caliente. La imagen que doy en mi nueva situación invertida es casi cómica, mas aun estando desnudo. La gravedad hace que mis huevos cuelguen en el sentido contrario al que lo suelen hacer y eso le da a mi entrepierna una extraña sensación de libertad.
El agua cae fuerte sobre la planta de mis pies y me hace cosquillas. Como todos los días ordeno mentalmente las cosas que tengo que hacer, los días festivos son siempre muy ajetreados, por eso me gusta levantarme temprano. Con fuerzas renovadas salgo de la ducha, me visto y sin más salgo a la calle.
Con un sencillo gesto del pulgar me despido del portero que me responde del mismo modo pero con la cabeza. Agradezco en parte el trabajo de los servicios de limpieza, en la acera no hay chicles ni colillas, pero si largos charcos que trato de evitar. Supongo que en el momento en que me acostumbre estas cosas no me importarán tanto.
La gente pasa por mi lado y ni siquiera Enrique el de la frutería se da cuenta de mi nueva situación, en realidad lo agradezco porque no me apetece nada dar explicaciones. Pero supongo que la pregunta era inevitable y de repente de alguna parte se escucha - ¡Eh, pero tu que haces?! - Enseguida me doy cuenta de que es un caracol quien me mira con el ceño fruncido.
- voy al mercado.
- ¿Pero porque vas del revés?
- No lo sé, por curiosidad. Me apetecía ver el mundo de esta manera.
- ¿y a quien le has pedido permiso, si se puede saber?
- No sabía que tenía que pedírselo a nadie...
- Pues si. Así que date la vuelta ahora mismo, esta perspectiva es sólo para los de nuestro tamaño.
Tras pensar un poco le contesto.
- Muy bien, yo daré un giro de 180 grados si tu lo das de 90 y me lo pides erguido. No queda muy serio que me exijas estas cosas estando recostado.
El caracol me mira extrañado, parece que se ha enfadado.
- pues no me da la gana
Me da la espalda y se larga dejando tras de si un moco un poco más verde de lo normal. Ya sabía yo que estos caracoles además de orgullosos son bastante vagos, nunca son capaces de dar ni la mitad de lo que exigen.
Sigo andando un rato y me doy cuenta de que no he desayunado, así que entro en bar para tomar algo. Está lleno, por lo visto están poniendo la formula uno sé que el dueño es muy aficionado y suele invitar siempre a una tropa de amigos. Me acerco a la barra entre los empujones de la gente y le pido a Carlos, el camarero, un café bien cargado.
Al rato una chica se acerca a mi y me pregunta si me molestaría que apoyase su poleo sobre mi pie ya que en la barra no queda sitio. No tengo muy claro que es lo que se debe hacer en estas situaciones, pero como ella es bastante guapa le digo que no hay ningún problema.
Creo que no se ha dado cuenta de que en mi situación y llevando ella una bonita falda puedo verle las bragas sin ningún problema, son tipo short y con un barquito velero dibujado. Está imagen aunque inocente y casi infantil me excita bastante, que le vamos a hacer, cosas de la testosterona. De repente la chica agarra su poleo y se aleja dando empujones entre la gente. Estaba claro que antes o después se daría cuenta de que me lo estaba pasando demasiado bien.
Salgo del bar y me dirijo al metro. Antes de entrar una voz que habla desde mi talón me dice – si no te importa yo me quedo aquí- parece que a mi alma no le hace mucha gracia lo de ir en metro.
- pero acompáñame por favor
- no me pidas eso, a las almas no nos gusta nada meternos bajo tierra, si no podemos ver el cielo sobre nosotras nos agobiamos en seguida.
- Bueno, está bien. Pero estarás allí cuando salga, verdad?
- Si claro, yo te seguiré por la superficie, me he acostumbrado a las cosquillitas que me hace tu sangre dentro de ti y no pienso quedarme sin ellas.
- Me alegro de que te guste, pues hasta luego entonces.
Parece que el ir boca abajo le ayuda a uno a hablar con su alma.
Lo que me ha contado me ayuda a entender muchas cosas. Ahora sé porque los mineros tienen siempre un gesto tan triste, 8 horas al día sin alma son muchas horas. Además no es difícil darse cuenta de que la gente el metro viaja sin alma. Unos miran a un lado y a otro sin saber muy bien que buscan, otros escuchan música o leen libros para evitar pensar en lo que les falta, y nunca nadie dice nada.
Continuara.........
La idea que me llevó a escribir este pequeño cuento no es mía, ni alguna de las frases más acertadas. Me las chivó un duendecillo liliputiense, que sabe de esto de escribir bastante más que yo.
El agua cae fuerte sobre la planta de mis pies y me hace cosquillas. Como todos los días ordeno mentalmente las cosas que tengo que hacer, los días festivos son siempre muy ajetreados, por eso me gusta levantarme temprano. Con fuerzas renovadas salgo de la ducha, me visto y sin más salgo a la calle.
Con un sencillo gesto del pulgar me despido del portero que me responde del mismo modo pero con la cabeza. Agradezco en parte el trabajo de los servicios de limpieza, en la acera no hay chicles ni colillas, pero si largos charcos que trato de evitar. Supongo que en el momento en que me acostumbre estas cosas no me importarán tanto.
La gente pasa por mi lado y ni siquiera Enrique el de la frutería se da cuenta de mi nueva situación, en realidad lo agradezco porque no me apetece nada dar explicaciones. Pero supongo que la pregunta era inevitable y de repente de alguna parte se escucha - ¡Eh, pero tu que haces?! - Enseguida me doy cuenta de que es un caracol quien me mira con el ceño fruncido.
- voy al mercado.
- ¿Pero porque vas del revés?
- No lo sé, por curiosidad. Me apetecía ver el mundo de esta manera.
- ¿y a quien le has pedido permiso, si se puede saber?
- No sabía que tenía que pedírselo a nadie...
- Pues si. Así que date la vuelta ahora mismo, esta perspectiva es sólo para los de nuestro tamaño.
Tras pensar un poco le contesto.
- Muy bien, yo daré un giro de 180 grados si tu lo das de 90 y me lo pides erguido. No queda muy serio que me exijas estas cosas estando recostado.
El caracol me mira extrañado, parece que se ha enfadado.
- pues no me da la gana
Me da la espalda y se larga dejando tras de si un moco un poco más verde de lo normal. Ya sabía yo que estos caracoles además de orgullosos son bastante vagos, nunca son capaces de dar ni la mitad de lo que exigen.
Sigo andando un rato y me doy cuenta de que no he desayunado, así que entro en bar para tomar algo. Está lleno, por lo visto están poniendo la formula uno sé que el dueño es muy aficionado y suele invitar siempre a una tropa de amigos. Me acerco a la barra entre los empujones de la gente y le pido a Carlos, el camarero, un café bien cargado.
Al rato una chica se acerca a mi y me pregunta si me molestaría que apoyase su poleo sobre mi pie ya que en la barra no queda sitio. No tengo muy claro que es lo que se debe hacer en estas situaciones, pero como ella es bastante guapa le digo que no hay ningún problema.
Creo que no se ha dado cuenta de que en mi situación y llevando ella una bonita falda puedo verle las bragas sin ningún problema, son tipo short y con un barquito velero dibujado. Está imagen aunque inocente y casi infantil me excita bastante, que le vamos a hacer, cosas de la testosterona. De repente la chica agarra su poleo y se aleja dando empujones entre la gente. Estaba claro que antes o después se daría cuenta de que me lo estaba pasando demasiado bien.
Salgo del bar y me dirijo al metro. Antes de entrar una voz que habla desde mi talón me dice – si no te importa yo me quedo aquí- parece que a mi alma no le hace mucha gracia lo de ir en metro.
- pero acompáñame por favor
- no me pidas eso, a las almas no nos gusta nada meternos bajo tierra, si no podemos ver el cielo sobre nosotras nos agobiamos en seguida.
- Bueno, está bien. Pero estarás allí cuando salga, verdad?
- Si claro, yo te seguiré por la superficie, me he acostumbrado a las cosquillitas que me hace tu sangre dentro de ti y no pienso quedarme sin ellas.
- Me alegro de que te guste, pues hasta luego entonces.
Parece que el ir boca abajo le ayuda a uno a hablar con su alma.
Lo que me ha contado me ayuda a entender muchas cosas. Ahora sé porque los mineros tienen siempre un gesto tan triste, 8 horas al día sin alma son muchas horas. Además no es difícil darse cuenta de que la gente el metro viaja sin alma. Unos miran a un lado y a otro sin saber muy bien que buscan, otros escuchan música o leen libros para evitar pensar en lo que les falta, y nunca nadie dice nada.
Continuara.........
La idea que me llevó a escribir este pequeño cuento no es mía, ni alguna de las frases más acertadas. Me las chivó un duendecillo liliputiense, que sabe de esto de escribir bastante más que yo.

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